Sin esfuerzo nadie gana, ni los que SI creen en el
preacuerdo con la dirección, ni los que NO se conforman con esto.
Los primeros que pierden son los trabajadores, sus derechos,
los segundos, sus representantes ante sus representados. ¿Quién gana? La dirección
¿Quién pierde? La empresa, y finalmente los ciudadanos.
El mito de la unanimidad, de la unidad es una utopía de las
relaciones humanas. Ante la diversidad de pensamiento las sociedades modernas
se han dotado de sistemas democráticos que impulsan las propuestas que reciben
el apoyo de una mayoría más o menos amplía. Estos sistemas se organizan sobre
un mecanismo de representación, que en ningún caso debería estar por encima de
sus representados, los ciudadanos.
En las empresas, para sus trabajadores, sucede algo similar
con una pequeña diferencia, existe otra parte, la dirección que lo condiciona
todo.
Pero cuando un abogado defiende a su cliente tendrá que
asumir sus objetivos, por lo menos intentar acercarse lo más posible con su trabajo
y dedicación, este es el caso de los sindicatos dentro de una empresa. Y no se
trata de unidad de acción, ni de criterio en la negociación, sino de unidad para
entender lo que demandan los
trabajadores, e intentar llevarlo a cabo, al menos intentarlo.
Por ello, no se trata de poner propuestas encima de la mesa,
una detrás de otra, al peso. Unas muy creativas, otras modificando lo
propuesto, otras readaptando lo modificado. Se trata de intentar poner los
puntos comunes encima de la mesa y luego defenderlos, de verdad con los
trabajadores detrás. Si se ha intentado, de verdad, se puede fracasar pero no hay
reproches. Si no la dirección asistirá satisfecha al principio de un cambio en
las relaciones laborales que solo beneficia a una de las partes, que solo
entiende estas relaciones desde la imposición.
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